El grupo Alborada, radicado en Alemania, ha condensado una propuesta que multiplica adeptos. Donde el new age armoniza con las zampoñas y los cantos quechuas.
Uno responde al nombre de Atuq (“zorro” en quechua), otro Allin Qampy (“buena medicina”), un tercero Puma Qawaq (“guardián del puma”) y el cuarto Tatanka (“búfalo” en lengua navajo).
Usan trajes con flecos, cantan en quechua y bailan descalzos inspirados en la danza de la trilla y los pow wous norteamericanos. Sus discos y DVD, vaya manera de ver su fama, están entre los más vendidos de la industria pirata.
Como todo conjunto que traspasa el umbral de la década, la historia de los Alborada tiene una fecha de nacimiento y otra de refundación. La primera fue en 1984, en Ocobamba, Apurímac, cuando el cantautor Sixto Ayvar Atuq formó el grupo con su hermano Luis y unos amigos. Entre ellos, Freddy Ortiz, vocalista de Uchpa, y el cantante folclórico Carlos Prado. El grupo contó con el respaldo de los guitarristas Manuelcha Prado y Julio Humala.
Para 2000, Sixto –el mayor de 12 hermanos, cinco de ellos músicos– ya había recorrido toda Europa con sus zampoñas. Ese año, junto con sus socios musicales, el argentino Víctor Valle y el ecuatoriano Lennin De la Torre, visitaron las reservas de indios en Estados Unidos y Canadá.
Se impresionaron de la energía de los tambores y los gritos de los indios de Norteamérica, semejantes a los de la música andina tradicional. Entonces empezaron a crear sus propias melodías y sentirse más orgullosos de sus ancestros incas y chancas. Así nació Meditación (2002), que sería una línea divisoria de su producción. Los Alborada rediseñaron sus vestimentas, inspirándose en las tradicionales danzas de tijeras y de negrillos. Su música es una mezcla de estilos que giran en torno a las huailías, danza de tijeras, carnavales y huainos, a los cuales incorporan sonidos nuevos como flautas chinas, japonesas (shakuhachis), celtas y traversas, guitarras eléctricas, percusiones latinas, coros de voces y sintetizadores.
El conjunto cuida de sobremanera la calidad de sus álbumes, trabaja con el arreglista Iván Raffo y músicos de la talla del baterista César Lescano y el guitarrista Óscar Cavero.
Quechua y fama
Tal ha sido el éxito del grupo que ya se tienen imitadores entre los conjuntos folclóricos andinos en Europa. Como en su momento sucedió con los conjuntos Boliviamanta y K’alamarka.
Como si se tratara de un recetario para el alma, se ha encontrado propiedades curativas a la música “mística” de Alborada. Se utiliza sus canciones en las terapias de niños especiales y los documentales televisivos.
Pero lo más importante para ellos es haber logrado que el canto quechua retorne a los primeros lugares. En su página web (www.alborada.com.pe), reciben agradecimientos de jóvenes que ya no miran con desdén el idioma de sus padres y abuelos.
“A los tradicionalistas no les gusta cómo hemos modernizado la música, pero es una manera de acercar a los jóvenes, decirles que tenemos una riqueza cultural única y que nuestra música sobreviva”, dice Sixto.
Esa reivindicación de la herencia cultural precolombina rebasa lo artístico. Sus hijos y sobrinos tienen nombres como Inti, Chasky, Sacha (árbol), Sulla (rocío) y Sairy (príncipe).
Hace 12 años que los Alborada radican en Alemania. Siempre pasan cuatro meses del año en Perú. Desde 2003, el gusto por su propuesta crece y han realizado conciertos en varias ciudades junto a 22 músicos. Su sueño es llevar todo ese gran elenco a Europa, donde todavía tienen se limitan a tocar los cuatro con pistas de sonidos. Un deseo más personal de Sixtucha es que Alborada haga un concierto en Ocobamba, ese pueblo donde la propuesta dio su primer trino.